lunes, 3 de enero de 2011

El último cuento de 2010.

Son las cinco y treinta de la tarde. Recién me desperté de una larga siesta, me espabilé y me propuse limpiar la terraza del departamento. Ofreceríamos una fiesta de fin de año y era necesario tener la terraza disponible para los fumadores. Ella no permite que se fume en el interior. Mientras acomodo las sillas me sigue rondando la idea de escribir el último cuento de este año. He tenido tantas ideas este año que no he podido poner en un texto ya por desidia o por flojera o porque simplemente termino olvidándolas. Eso es, olvido muchas buenas ideas. Debería andar siempre con el cuadernillo a cuestas para no olvidarlas. Los ladridos de Maya me sacan del estupor. Ladra pocas veces pero cuando lo hace es con mucho carácter, por lo menos eso me parece. La terraza ha quedado acondicionada para recibir a los fumadores. Al entrar, ella me muestra una pila de fotografías enmarcadas de nosotros, de los viajes, de los paisajes, de las perras, de alguna fiesta. Pienso que el último cuento podría ser sobre una de esas fotografías. Cuélgalas por favor, recién me las entregaron y quisiera que la casa se viera un poco más como hogar. Paso las siguientes dos horas colgando las veintisiete fotografías. De nosotros, de los viajes, de las perras, de alguna fiesta, no hay cuentos ahí. En un par de horas los invitados llegarán y yo sigo sin empezar mi último cuento de este año que ya se despide. Consigo que ella se encierre en la cocina a preparar la cena mientras yo prendo la computadora para escribir un poco. Tan pronto como coloco las manos sobre el teclado caigo en cuenta que no tengo sobre que escribir el último cuento. Ya seguramente que ahora saldrá, mientras me paseo por los diarios. Me quejo de El Norte, debería ser un diario gratuito en línea, como casi todos los demás. Pero no lo es y debo conformarme con El Universal, Milenio, La Jornada y las noticias de Google. Nada me da para un texto hoy. Recuerdo entonces aquella nota que recorté de un periódico. Aquella del chico que mientras jugaban disparó y asesinó a su primo. Habían ido al cine a ver a ver una película de acción. Al volver, el chico ahora occiso según el diario, presumió que su padre tenía una pistola como la del héroe de la película. Eso último no lo sé pero por eso es un cuento. Antes de que termine de decidirme por escribir este, ella asoma la cabeza desde la cocina. Necesito que me ayudes con algunas cosas de la cena porque si no, no alcanzará a estar lista a tiempo. Dejo el teclado de la computadora y me acerco a la cocina. Ahora el cuento tendrá que esperar mientras preparo la sangría, sirvo las botanas y recibo un regaño en represalia por haberme puesto a escribir cuando hay tantas cosas por hacer antes de que lleguen los invitados. Por fin termino mi encomienda. Métete a bañar, ya es tarde Ana llegará pronto. Ana llegó dos horas después. Juan también ya viene para acá, hay que apurarse. Juan también llegó después de la hora que dijo llegaría. Cuando por fin estuvimos listos, ya no había mucho que pudiera hacer yo de lo que aun estaba pendiente por terminar. Regresé a la computadora y justo al sentarme recibí un mensaje de texto a mi celular, era Juan. Ya voy para allá. Le respondí pidiéndole que me comprara una cajetilla de cigarros, Camel. Llevaba una semana sin fumar ya por una maldita gripa. Desde Febrero no me había enfermado. Me propuse estar listo para el día de año nuevo y ahí estaba yo, pidiendo la cajetilla de Camel, listo para fumar de nuevo. Pensé si debería hacer el mismo estúpido propósito de cada año de dejar de fumar que no me dura más que un par de días. En Enero corregí la redacción como “Fumaré un poco menos”, nadie puede asegurar que fumé más que el año pasado así que doy por cumplido ese propósito. Pensé un momento en aquella lista de propósitos para este año y si serviría para hacer un cuento. Localicé la libreta donde estaba apuntada. No planté un árbol, no deje de beber, no me deje de preguntar cosas que no tienen respuesta, no hice esto, no hice aquello, no... Un excelente año este que menguaba. Ella gritó que había llegado Juan mientras yo tomaba el interfón para hacerlo pasar. Entré al estudio y apagué la computadora dejando una página en blanco.