jueves, 25 de agosto de 2011

Súbete y echa el arma atrás...

Esto fue lo que pasó. Voy manejando mi auto a eso de las doce de la noche. Para una ciudad que nunca dormía no me parece una hora en la que cosas peligrosas puedan pasar. Ya voy de vuelta a casa, de donde provengo no es importante pero con el fin de detallar más las cosas, venía de visitar a una chica. Ahora que lo pienso todo esto pudo pasar por culpa de ella. Si no hubiera pasado toda la noche halagándome. “Qué inteligente eres”, “¿de dónde sacas todas tus historias?”, “¿cómo se te ocurre todo eso?” fueron frases que repitió toda la velada. Aceleré un poco pues el semáforo estaba a punto de cambiar a rojo.  Dudé un momento entre parar o acelerar. Aceleré. La luz del siguiente semáforo, una cuadra adelante, me obligó a detenerme. Bajé el vidrio y encendí un cigarrillo. Me llamó la atención que una camioneta que disfrutaba los beneficios de la luz verde del semáforo no avanzó sino que se quedó bloqueando mi paso. Se baja un tipo con un arma larga, larguísima. En realidad no era un tipo, era un jovencito, tal vez ni siquiera era mayor de edad, pero en ese momento no me preocupaba su edad sino el arma que cargaba. Tan pronto como saltó de la camioneta esta arrancó. Se acercó hacia mí y me gritó “bájate cabrón”. Un poco nervioso y hablándole desde la ventanilla del coche le respondí “entre gitanos no nos leemos la mano”. El chico abrió los ojos como intentando adivinar que significaba lo que le había dicho. “Echa el arma atrás y súbete cabrón, antes de que lleguen los azules” le ordené. “No, no, no cabrón, ¡bájate!” dijo nervioso mientras acomodaba su arma que en mi opinión lo hacía parecer fara fara con guitarra y a punto de arrancarse a cantar. Me apuntó. “No hagas pendejadas, échala atrás y súbete, éste venía con premio, me lo acabo de chingar y trae una botella de vino, te estás tardando y nos van a chingar a los dos”. El niño sabía que podría estar mintiendo acerca de todo, pero que pronto pasaría alguna patrulla y al verlo con un arma de fuego comenzaría una balacera donde lo más probable es que el cayera abatido por las balas de la ley. De cualquier manera, por si no lo sabía, le hice saber toda esta versión. El chico dudó, giró la cabeza y no vio más la camioneta de sus colegas. No le quedaban muchas opciones. “Echa el arma atrás en el piso para que no se vea” le dije mientras abría la puerta de atrás del auto. “Vente para acá adelante para ir cotorreando”. El chico echó su arma, subió al auto y se tranquilizó. Quién carajos iba a pensar que una noche tan buena se jodiera de pronto invitando a un narquito a dar la vuelta por la ciudad. A decir verdad tampoco es que hubiera sido tan buena, Cecilia no era de lo más inteligente y tampoco era de las chicas que suelen “prestar el equipo” en las primeras citas. Me cagan esos paradigmas, yo no la hubiera juzgado de fácil si me hubiera dado las nalgas en esta segunda cita, es más ni siquiera la habría juzgado si me las hubiera proporcionado en la primera. Ah no pero esta tenía que salir apretada, apretada y tonta. “¿Y ya buscaste a ver que más trae?” me preguntó el chico ya con su voz original y no esa voz ronca que había fingido para hacerme bajar del auto. Su tono lo hacía parecer aun más niño. “No, solamente la botella que está ahí en el piso” le respondí mientras señalaba la ubicación e intentaba darle la menor importancia al hecho de traer un miembro de las nuevas generaciones del crimen organizado dando una vuelta por la ciudad. El chico empezó a buscar en la guantera, en la consola, hizo un tiradero de papeles en el piso y un impulso en mi salió “no, no mames, no hagas ese pinche tiradero”. El chico extrañado hizo un ademán como intentando tomar el arma. “No, no, mira tranquilo te explico, yo, como puedes ver me visto distinto, me robo distintos tipos de auto de los que normalmente robamos, la idea es que si me detienen en un retén todo parezca tan normal que los haga creer que el coche es mío, si ven un tiradero, sospecharán que hay algo raro”. Al parecer mis palabras fueron convincentes pues el chico de nuevo se calmó y guardó todos los papeles de la guantera. Encontró una crema para bolear calzado color café y me preguntó que si yo sabía para que chingados era eso. Le expliqué. Hubo un silencio, tomó uno de mis cigarrillos y lo encendió. “¡Oye cabrón!, se piden las cosas” le increpé, solamente para demostrar mi autoridad, por lo menos en ese automóvil. “Ni que fueran de mota” me respondió y siguió fumando. Di vuelta en la siguiente salida para después tomar la avenida principal y cruzar toda la ciudad. “¿Tienes pendientes para hoy?” pregunté, como si su trabajo fuera similar al de mi oficina con pendientes, juntas, entregas, análisis. “No, ya nos íbamos pero le dije a mi patrón que me dejara dar la vuelta en esta nave y me dijo que si” de verdad sí tenían pendientes. “Pues ya la estás dando y con todo y chofer cabroncito” y sonreímos. Al girar con rumbo a la zona de los bares, antros y cabarets el supuso hacia dónde nos dirigíamos y me lo cuestionó, me dijo que él no tenía permiso de sus jefes de andar por ahí. “Andas conmigo” le respondí. Me estacioné y el chico muy nervioso me pidió que mejor nos fuéramos de ahí. “Está bien, ¿no que muy machito?” Al dar la vuelta nos topamos con un retén. “Tranquilo cabrón, te quedas callado y yo hablo, escondiste bien el arma ¿verdad?” Asintió con la cabeza. “Buenas noches jóvenes, es un retén de rutina ya sabe” nos dijo el oficial. “Si oficial”. “¿Vienen tomando?, ¿El auto es suyo?, ¿hacia dónde se dirigen? “No”, “si”, “a la casa a descansar” respondí. El oficial asomó la cabeza y vio al narquito, “¿y este chamaco?” “Es mi carnalito, viene de una fiesta de disfraces, según él se fue de cholito”. “¿Su hermano? No me suena eso joven usted es blanco y el pues no tanto” dijo suspicaz el oficial de policía. “Si poli, mire” dije estirando la mano a la guantera y tomando la crema para bolear los zapatos. Embarré un dedo en la crema y el oficial sonrió. “Le quedó muy bien, pásele, que descanse”. Agradecí al policía y el chico a su vez me agradeció a mí mientras quedaba notablemente sorprendido de mi habilidad para escurrirme de la ley. Le dije que estaba cansado y que quería ir a encerrar el carro e irme a dormir, me indicó que lo llevara a una colonia, la más conflictiva. Al entrar en el barrio donde habitaba, me pidió que me detuviera. Se bajó del auto, bajó el arma y disparó tres veces al aire. Nunca había escuchado un arma detonar, por lo menos no tan cerca de mí. Subió de nuevo. “Ya saben que ya llegué, no vas a tener pedos”. Lo llevé hasta una casucha. El chico sacó de su bolsa una paca de billetes de todas denominaciones dólares y pesos. Me tiró la mitad en el asiento que recién desocupaba “gracias Jaime, por tus servicios, estuvo chido” y se rió. Dejó el arma en el asiento de atrás. “Tu guitarra fara fara” le grité. Solo hizo una seña con la mano indicándome que me la quedara. Salí de ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario