domingo, 31 de octubre de 2010

La edad de la falla.

Cuando eres joven, piensas que vives en un mundo sin consecuencias, que lo peor que puede pasarte es no conseguir lo que deseas, a veces el mayor golpe de suerte puede ser no conseguirlo. Sin embargo cuando uno se descubre viejo y cae en cuenta que la edad de la falla, esa edad en la que todos los días falla algo nuevo, dolores distintos van y vienen cada mañana, ayer fue la rodilla, hoy es el brazo, mañana algo más, es el síntoma de que esa edad lo ha alcanzado a uno.
Aun siento la resaca de mis borracheras a los veinticinco, y en un parpadeo tengo la edad suficiente para comenzar a sermonear a mi hijo por llegar en el mismo estado en el que yo llegaba… ayer, ¿O habrá sido más, el  tiempo que pasó?
En que momento sustituí al idealista y revolucionario que cargaba flores dentro de fusiles, por este ideático y quejumbroso viejo, que se dedica a pedir, a diestra y siniestra, caldo de pollo para acompañar cada uno de sus alimentos.
Recuerdo que hubo pocos domingos durante mi juventud, en los que no me bañé, normalmente, una ducha amedrentaba los desperfectos que había sufrido en el desvelo de la noche anterior. Ahora son pocos los domingos que me baño, los desperfectos que antes causaban el alcohol, las fiestas, las aventuras y las tonterías de mi juventud, fueron reemplazados por los menoscabos que, durante seis días, los reportes, reuniones, proyectos inconclusos, problemas, deudas, carencias y otras tantas cosas que me pasan por la cabeza, consiguen que el domingo, ni siquiera tenga ganas, o fuerzas, para levantarme de la cama.
Porqué será que las cosas antes sabían, olían y se oían diferentes, la comida era de peor calidad pero de mejor sabor, ahora es difícil que un platillo no me parezca desabrido, incluso aquellas cosas que siendo joven y viviendo en la escasez me parecían verdaderas delicias, ahora son intolerables, debería disfrutar más las cosas, conforme pasa el tiempo, cada día es una inminente cuenta regresiva. Sin embargo sigo quejándome y exigiendo sabores imposibles de conseguir.
Los olores tampoco son los mismos de antes, mi esposa, de quien me enamoré perdidamente cuando tenía veinticinco años, ella, a quien podía pasar una tarde entera olfateándola. Cómo disfrutaba cuando, abrazados, yo colocaba mi cara en su hombro y podía percibir miles de olores, su perfume, su cabello, su cuello… Mi barbilla se acomodaba perfectamente a un hueco que se formaba entre su clavícula, el comienzo de su cuello  y su hombro, era mi lugar preferido. La primera vez que dormimos juntos, recuerdo perfectamente como disfruté todos esos olores, incluso ese olor tan íntimo que todas las personas tenemos cuando despertamos, disfruté tanto el hecho de participar de esa intimidad que, aún cuando la primera vez que dormimos juntos no hicimos más que dormir, sentía como si una parte de mi estuviera en ella y una parte de ella en mí, ahora no tolero ese olor cuando se levanta, el perfume que utiliza se ha vuelto una costumbre para mi nariz, dejé de disfrutar esos olores.
Hago memoria de mis veinticinco y recuerdo como disfrutaba la música de Bob Dylan, esas canciones de protesta, o no, que simplemente me llenaban el alma. Podía escuchar repetidamente  “Like a Rolling Stone”  a todo volumen por horas y horas. Me podía divertir sólo con una cerveza y un paquete de cigarrillos, escuchando cualquier disco de Dylan y meditando sobre cómo cambiar al mundo desde mi trinchera. Ahora, esa misma trinchera mental, me sirve como escondite del resto del mundo, ya no trato de cambiarlo, ahora simplemente trato de que no me cambie él a mí por alguien más.
¿Cuándo fue que la tolerancia me abandonó? Antes podría soportar vivir en un departamento con otras  personas, cada quién en su mundo y cada quién respetando el mundo del otro. Ahora solo vivimos mi esposa y yo en una casa en la que no hay lugar para otro mundo que no sea el mío. No soporto ver algo fuera de su lugar que no haya sido yo el que lo puso ahí. Mis hijos se fueron y conquisté cada una de sus habitaciones, esos territorios que yo mismo les cedí y que ahora ya no son más suyos. Ahora cualquier nimiedad me molesta. Tal vez mi tolerancia se mudó a mi esposa, porque no veo otra forma en la que pudiera ella seguir conmigo.
¿Por qué no todos envejecemos como Bob Dylan?
Mis veinticinco años fueron el año que cambio el resto de mi vida, conocí a la mujer que hasta el día de hoy sigue despertando a mi lado, nos embarazamos, sin planearlo, de nuestro primer hijo, tuve que conseguir mi primer y único trabajo en el que he estado hasta hoy, escuché “Like a Rolling Stone” sin parar y seguía pensando que podía cambiar al mundo desde mi pequeña trinchera.
Un ligero codazo de mi compañero, sentado a mi lado, acaba con mi reflexión
-          Nos toca – me dice, mientras me indica que vayamos a formarnos en el pasillo lateral del auditorio.
Estamos en la ceremonia anual del informe al personal y reconocimientos a la constancia, hoy reconocen mi conformismo, treinta años de trabajo y esfuerzo en la misma empresa. Observo mis manos, las comparo con las de mi compañero, las mías no sudan, he perdido incluso, la pasión que alguna vez tuve. El se emociona porque éste es el clímax de su vida, pero, sin duda, no es el de la mía, ¿cuándo llegará el clímax de la mía? ¿Será que me pasó de largo? Tal vez, simplemente me sorprendió mientras me quejaba de algo, tal vez mis veinticinco fueron mi clímax, desde entonces no me siento tan vivo, En qué momento pasaron estos treinta años y peor aún, a quién se le ha ocurrido pensar, que yo quería ser premiado por hacer lo mismo durante treinta años.
-          Sigue usted señor, ya sabe, como en el ensayo, salude primero a todos los directores y después reciba el reconocimiento de manos del presidente Delgado – me indica uno de los coordinadores del evento.
Mientras, escucho al maestro de ceremonias, indicando al público asistente, que reserven los aplausos para el final, con la intención de agilizar la entrega de los reconocimientos. Me duele la rodilla, hacía días que no me dolía y, justo hoy que necesito caminar de la mejor manera, justo hoy es cuando me molesta. El tipo que está detrás de mí, está demasiado cerca, está invadiendo mi espacio, me molesta sobremanera. Que el coordinador del evento me esté dando órdenes también me fastidia, ojala que esto termine pronto para poder largarme de aquí, mi mujer ya sabe que me incomoda muchísimo venir a este tipo de eventos, yo no sé porque me obligó a venir, volteo hacia el público, ella levanta la mano, ¿por qué levanta la mano? espero que ésta cara sea suficiente para que entienda lo mal que la estoy pasando aquí por su culpa.
-          Cuidado con los escalones al subir señor – me indica el coordinador.
La luz que ilumina el escenario del auditorio me encandila, tropiezo con el último escalón y antes de caer al piso, escucho al público exclamar, se que después reirán. El clímax ha llegado.

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