domingo, 31 de octubre de 2010

Mi triste sobriedad.

Llevo ya tres semanas sin probar el sabor de una bebida alcohólica. He descubierto la realidad de las cosas que me rodean. Estaba acostumbrado a beber todos los días desde hace más de un año, que fue cuando inicié este hermoso hábito, ininterrumpidamente, sin embargo, esa buena racha vio su fin hace tres semanas ya, fui asaltado, traicionado, por una tos asesina que me quitaba el aliento cada mañana de forma literal. Mi viejo y querido amigo, el cigarro, ha sufrido también las consecuencias de este mal. Empero sin duda que no lo extraño tanto como a su fiel compañera, la bebida.
Ya comentaba que he podido ver la realidad, esa realidad en la que los sobrios se desenvuelven, “viven”, si se puede insultar así al término. Las cosas son más descoloridas de lo que parecían, los lugares que acostumbraba visitar y me resultaban tan atractivos, tan pintorescos, no lo son más, caí en cuenta de la fealdad de los lugares que los alcohólicos elegimos para pasar el tiempo, ¡para vivir!
Mi apartamento, donde disfrutaba pasar encerrado fines de semana enteros, recibiendo visitas que buscaban un lugar donde encontrar un amigo, una conversación, un desahogo, todo siempre acompañado de una copa de vino o de un vaso con algún destilado de mediana a alta calidad, comúnmente whisky, siempre escocés, siempre bien mezclado con agua mineral si era de mediana calidad, a veces derecho cuando era de alta calidad y el valor de los presentes o la gravedad de las comentas así lo requerían, ahora estaba desolado.
Me he sorprendido de la lentitud con la que pasa el tiempo cuando uno está sobrio. Descubrí como mi cuerpo perdía toda motivación para permanecer en cualquier festejo, lo vi cansarse, aburrirse, sentir deseos de ir a dormir mientras los demás disfrutaban, reían, llenaban, vaciaban y rellenaban sus vasos, se veían vivos. Yo solamente miraba, solamente miro, miro sin querer seguir mirando.
Perdí esa capacidad de asombro al recordar algo que había sucedido durante mi embriaguez, agradecía a mi memoria por ese esfuerzo sobrehumano y atesoraba ese recuerdo como un gran descubrimiento. Ahora lo recuerdo todo, ahora soy el que llena las lagunas mentales de los demás, el que corrige la cronología de los sucesos cuando estos son relatados a los ausentes, qué triste es corregir, que triste es tener la versión más veraz de lo acontecido y saber que esa versión es la peor de todas, la que se recuerda con el rencor de las solteras, con el resentimiento de los pobres, con el recelo de los que se quedan.
La realidad sin alcohol es gris, triste, apática, intolerable, insostenible y sobre todo, increíble, increíble que haya quienes la prefieran por encima de la realidad distorsionada que el alcohol provee. Estar así, sobrio, cuando se ha estado mejor, es como extrañar a tus seres queridos, como pasar el tiempo solo cuando se quiere estar acompañado, es como esperar sin saber cuando llegará lo que se espera, es una situación que descontrola, desilusiona cada mañana y cada noche, desespera.
Tomo un tratamiento tras otro, esperando que el doctor me haya recetado algo lo suficientemente fuerte como para escapar de esta realidad desembriagada, decepcionante. No pasa nada, todo sigue siendo igual, todo se sigue sintiendo igual, incluso el dolor en la garganta persiste, no se va, llegó, no se cómo, a cambiar la dinámica de mi feliz rutina, me volvió más lento, más perezoso, más común, más irrelevante.
Con el alcohol se fue la gracia de mis bromas, lo atractivo de mi sonrisa, lo interesante de mis pláticas. Me volvió a importar lo que la gente piensa acerca de lo que digo, lo que yo mismo pienso acerca de las cosas que pienso. Recordé como sentir sin pasión, olvidé como tener arrebatos de emoción, como exaltar los afectos, ignoré todos esos momentos en los que era justo y necesario realizar un exceso, exceso de habla, exceso de promesas, exceso de torpezas, exceso de mentiras, cuidé todo lo que decía, prometía, hacía, mentía.
Cuando veo como los demás disfrutan una cerveza, un tequila, un whisky, un ron, un vodka, un vino tinto, solamente me queda recordar aquellos días, buenos días, en los que yo disfruté de alguno de ellos, aquellos excelentes días en los que pude disfrutar más de alguno de ellos o  aquellos días memorables en los que disfruté de todos juntos.
Y ahora permitan ustedes que vuelva de nuevo a este triste, frío, gris y oscuro mundo real, que ha perdido para mi todo el colorido y la gracia que tenía cuando lo veía con mis ojos vidriosos y regocijantes, permítame ahora, como decía Neftalí Reyes, con Pablo en el corazón, como decía Sabina, que vuelva de nuevo con la gente sencilla, con la gente sobria, con la gente que debe esforzarse por disfrutar cada día la vida, sin saber lo fácil que es disfrutarla cuando se está borracho. ¡Qué sabios son los buenos borrachos!

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